Harto, se miró por decimocuarta vez en
el espejo. ¿Qué era lo que faltaba?
Color no, claramente. Tampoco era
cuestión de tamaño, pero el vacío era importante y se notaba.
Qué enfermo lo ponía. Lo exasperaba, al
punto que se volvió a poner el traje y apagó el blackberry para salir a
caminar: Total, era muy improbable que a esa hora cerrara alguna
transacción importante.
Deambuló por el barrio, se cruzó a
un par de colegas -entre ellos un pesado que siempre quiso robarle el puesto, y
que ahora lo interrogaba, envidioso.
Cuando se lo sacó de encima, siguió
andando, circunspecto, y sin darse cuenta recorrió más de 30 cuadras. En ese
instante, una verdulería se lo chocó y le rompió las cavilaciones.
De puro vengativo, resolvió entrar y
robarse una fruta cualquiera, una pera quizás.
Una testigo lo reconoció: "¿Pero
ese no es el gran funcionario...?"
Recién en el camino comprendió la
naturaleza del acto, ¡eso había estado buscando!
Rió como un bebé, y volvió a su casa
corriendo, inundado de ansiedad. Se sacó el traje, se cercioró de que sus hijos
no estuvieran, y, algo más tranquilo, se posó frente al espejo.
Levantó la pera, y la acomodó en el
lugar exacto. Lo maravilló el contraste, sobretodo con su piel.
Satisfecho, se miró por decimoquinta
vez: ahora sí su tocado parecía el de Carmen Miranda.
Vicios.
Según
los conceptos generales, un vicio es una actitud o hábito incontrolable y
perjudicial. Existen muchas clases de vicio: el tabaquismo, la drogadicción, e
incluso la ninfomanía.
Sin
embargo hay uno, un tanto más curioso, que es el de intercalar palabras en otro
idioma mientras se habla.
Si
bien no es perjudicial, en grandes dosis resulta exasperante. Porque no nos
referimos a un "oquéi" inocente, de los que todos usamos y que
incluso resultan casi imprescindibles, sino a esa gente que, como antes
mencioné, le es inevitable aderezar la lengua con modismos extranjeros, por
innecesarios que estos fuesen.
Pero
además, a-de-máaaas… cabe resaltar que dentro de esta categoría de individuos
también hay clasificaciones, que generalmente pueden darnos una idea de su
personalidad, según el idioma que utilicen.
Los
más comunes son los que hablan inglés: "sorry", "darling",
"of course", "bye". Suelen ser epítetos utilizados
por tilingas de uñas largas y voz impostada, que creen que su conducta
les da "nivel".
Por
el lado masculino, ellos son los "young leaders" o
"entrepreneurs" : treintañeros que les gusta proponer
"brainstormings" al "team" o a la "crew" de la
empresa, que les gusta el "touch and go" y que también, su autoimagen
es la de un tipo innovador o un canchero bárbaro.
Los
que hablan en francés, por otro lado, son gente un poco más difícil de
encontrar, pero claramente más pretenciosos que los anteriormente citados. Ven
a los que hablan inglés como "la chusma", y secretamente se
autodefinen como "distinguidos" o gente "de mundo",
"viajada".
Sigamos
con un clásico, el argento que habla en italiano. Bonachón, algo guarro,
incluso él se define como "es que yo soy muy tano, vissssste? Muy
familiero, pasional"
Frases
como "sono arrivato"; "con tutti" y "andiamo" no
paran de sonar en su mesa. En resumen, un Campanelli.
Sin
embargo, todos los especímenes que hemos descripto, si bien son snobs de todo
tipo, no tienen nada malo excepto su grasunguez o tilinguerío.
Pero...¡Mucho
cuidado con los que hablen alemán, sobretodo cuando están enojados !
Podrían
ser malignas reencarnaciones del Führer. Para comprobar esto, fíjese cómo
reacciona ante la mención de algún apellido no alemán, ya sea Sánchez,
Ribonelli o Saslafsky.
En
caso de que muestre alguna mueca o comience a retorcerse en la silla, hágale un
bien a la humanidad: enciérrelo y ¡denúncielo lo antes posible!