domingo, 19 de agosto de 2012

Sebastián Encinas


Bolest ("dolor" en checo)

Hay cosas de las que uno no puede escapar.
Inevitables placeres de la onírica realidad de aquellos que lamentan su propia existencia.
Esa impotencia eterna... ese faro de sombras que penetran en los ojos y apalean a las neuronas.
Esa sensación de calor que causa el cariño hacia el frío.
Ese otoño vociferante de variopintos atardeceres grises y naranjas.
Las entrañas de quienes nunca han amado su ser se contraen y traen pesadillas en el medio de la tarde.
Esa tarde de sol invisible pero omnipresente.
Esa tarde con millares de soles brillando a una distancia inimaginable,
con sus luces burlonas gritando lo obvio,
estableciendo los limites del amor al universo.

Sunny Midnight

Cuando aquella bestia grita mi nombre las luces de mi mente se encienden. Miles de titilantes estrellas ahogadas por la niebla del odio... el universo se ha ganado un lugar en mi lista negra.

¿Por qué, padre de todo?

¿Por qué no me dejas ver aquella hermosa luz que brilla dentro mío?
¿Por qué lloran los aplausos con aquella exclamación tan destelleantemente aguda?
¿Por qué lloro yo por tus hijos de cerebros en tonos graves?
¿Cuántos años más he de verme impedido por el cáncer que brindas al aire? 

Quiero ver las luces. Quiero dejar de sentir que mis oídos se desgarran junto con mi corazón, solo por un día. Y al día siguiente inspirar la vida por la nariz y soltarla por el pecho, dejarla fluir hasta que caiga a mis pies.

¿Ves las flores? Sé bien que las ves... tú las has creado. Tú eres quien les ha susurrado sus nombres para que luego los dejen flotar en sus partículas de pureza natural.
Cómo saltan las flores cuando imaginan toda la savia que ha perdido el padre.
Cómo sangran los ojos de aquellos vientos que vuelan las casas de la ciudad y acarician las hojas del bosque.
Pero yo no los veo, yo solo lo siento.
Porque sé que en alguna galaxia, en este preciso momento, un alma tan pequeña como la felicidad está gritando sus penas y las esta transmitiendo al mundo en campanadas de un oficio religioso ortodoxo...
todos sientan la presión que tiene para otorgar, todos vean al mundo con sus ojos.
Rían del caer de otros y ríanse de su propio caer.

"Y para cuando las campanadas hayan cesado, sus cuerpos ya no serán necesarios. Ya estarán conmigo aquí... pidiendo por gritos agudos y brindando campanadas que no llegan a nadie".

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