lunes, 23 de julio de 2012

María Pinal Villanueva


Harto, se miró por decimocuarta vez en el espejo. ¿Qué era lo que faltaba?
Color no, claramente. Tampoco era cuestión de tamaño, pero el vacío era importante y se notaba.
Qué enfermo lo ponía. Lo exasperaba, al punto que se volvió a poner el traje y apagó el blackberry  para salir a caminar:  Total, era muy improbable que a esa hora cerrara alguna transacción importante.

Deambuló  por el barrio, se cruzó a un par de colegas -entre ellos un pesado que siempre quiso robarle el puesto, y que ahora lo interrogaba, envidioso.
Cuando se lo sacó de encima, siguió andando, circunspecto, y sin darse cuenta recorrió más de 30 cuadras. En ese instante, una verdulería se lo chocó y le rompió las cavilaciones.

De puro vengativo, resolvió entrar y robarse una fruta cualquiera, una pera quizás.
Una testigo lo reconoció: "¿Pero ese no es el gran funcionario...?"

Recién en el camino comprendió la naturaleza del acto, ¡eso había estado buscando!
Rió como un bebé, y volvió a su casa corriendo, inundado de ansiedad. Se sacó el traje, se cercioró de que sus hijos no estuvieran, y, algo más tranquilo, se posó frente al espejo.

Levantó la pera, y la acomodó en el lugar exacto. Lo maravilló el contraste, sobretodo con su piel.
Satisfecho, se miró por decimoquinta vez: ahora sí su tocado parecía el de Carmen Miranda.




Vicios.

Según los conceptos generales, un vicio es una actitud o hábito incontrolable y perjudicial. Existen muchas clases de vicio: el tabaquismo, la drogadicción, e incluso la ninfomanía.
Sin embargo hay uno, un tanto más curioso, que es el de intercalar palabras en otro idioma mientras se habla.
Si bien no es perjudicial, en grandes dosis resulta exasperante. Porque no nos referimos a un  "oquéi" inocente, de los que todos usamos y que incluso resultan casi imprescindibles, sino a esa gente que, como antes mencioné, le es inevitable aderezar la lengua con modismos extranjeros, por innecesarios que estos fuesen.

Pero además, a-de-máaaas… cabe resaltar que dentro de esta categoría de individuos también hay clasificaciones, que generalmente pueden darnos una idea de su personalidad, según el idioma que utilicen.

Los más comunes son los que hablan inglés: "sorry", "darling", "of course", "bye". Suelen ser epítetos utilizados por  tilingas de uñas largas y voz impostada, que creen que su conducta les da "nivel".
Por el lado masculino, ellos son los "young leaders" o "entrepreneurs" : treintañeros que les gusta proponer "brainstormings" al "team" o a la "crew" de la empresa, que les gusta el "touch and go" y que también, su autoimagen es la de un tipo innovador o un canchero bárbaro.

Los que hablan en francés, por otro lado, son gente un poco más difícil de encontrar, pero claramente más pretenciosos que los anteriormente citados. Ven a los que hablan inglés como "la chusma", y secretamente se autodefinen como "distinguidos" o  gente "de mundo", "viajada".

Sigamos con un clásico, el argento que habla en italiano. Bonachón, algo guarro, incluso él se define como "es que yo soy muy tano, vissssste? Muy familiero, pasional"
Frases como "sono arrivato"; "con tutti" y "andiamo" no paran de sonar en su mesa. En resumen, un Campanelli.

Sin embargo, todos los especímenes que hemos descripto, si bien son snobs de todo tipo, no tienen nada malo excepto su grasunguez o tilinguerío.

Pero...¡Mucho cuidado con los que hablen alemán, sobretodo cuando están enojados ! 
Podrían ser malignas reencarnaciones del Führer. Para comprobar esto, fíjese cómo reacciona ante la mención de algún apellido no alemán, ya sea Sánchez, Ribonelli o Saslafsky.
En caso de que muestre alguna mueca o comience a retorcerse en la silla, hágale un bien a la humanidad: enciérrelo y ¡denúncielo lo antes posible!


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