sábado, 28 de julio de 2012

Lucas Ezequiel González


C’est la vie 

C’est la vie me decía el tren, c’est la vie. El viejo tren cubierto de alquitrán, moho, óxido por doquier me decía c’est la vie a mí. ¡A mí! La vieja locomotora se mofaba de mí, de mis ideales, de mis bienaventuranzas, mis bienvenidos y mis vientos (o aires) de grandeza. C’-E-S-T L-A V-I-E, así, así, así es la vida, ¿Así es la vida? Me pregunto… ¿por qué se dice me pregunto, pero no se dice me exclamo?, pues ¡Me exclamo! Y pregunto a los cuatro aires (o vientos), mejor dicho, exclamo ¡¿Quién sos vos, tren, para decirme a mí c’est la vie?! Sucio tren no necesito de su beneplácito ¿sufre de azufre acaso? Usted, mi buena locomotora, carcomida por el vaivén del salitre, abandonada con la certeza de quien sabe que nunca regresará a las vías, ¿osa presentar esa combinación de nueve letras, dos espacios y un apóstrofe a éste ser? Bien, le doy la diestra (la derecha) tenga usted la seguridad de que he aprendido y aprehendido que el tren descarriado es quien nos conduce al mejor de los finales. C’est la vie.



Unti-tillied


La cara llena de goce,
Y los pensamientos enzarzados
recubren tus mejillas ahuecadas
por un chirrido, un vapor indigno,
algo por momentos ajeno, fotografiado
Y aunque lo saben,
Humeantes mis zapatos lo saben,
Saben que a vos no te llegó el solemne
A vos no te llegó esa vida que pinta y seca
El grito trémulo que sondea
Cuando se hace carne la frigidez
cuando
La pija.
Tibia es la noche acéfala
Un cortado y dos medialunas dicen
secretos que llegan jineteando
Porque a usté señorita que reahoga las moradas
En el destartalar de un pensamiento bellaco,
En el dintel del alma
Regurgitará de ternura este amor.

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